Castillo de San Jorge 1100-1199

Las primeras descripciones datan del siglo XV en el que constituía un edificio que se hallaba rodeado por un foso con torres fuertes a ciertas distancias para su mayor defensa. Una de éstas se descubre todavía a nivel del agua en el sitio conocido como la Enramadilla, cerca de la llamada alcantarilla de los Ciegos, y también se observan reliquias de otra en un argamasón, en la calle de este nombre, que correspondía ala sector llamado de Camaroneros. Estos dos puntos eran los extremos del gran foso, que corría la extensión de lo que se conocería como la Cava, entrando por el Guadalquivir en sus mareas altas, como recoge Morgado.

Para facilitar la comunicación había en las principales avenidas portezuelas o alcantarillas, tales como la ya citada de los Ciegos, y otra destruida en la zona de San Jacinto, que flanqueaba el paso a las gentes del castillo de Aznalfarache.

El Castillo de Triana puede deber sus orígenes al tiempo de los godos en el que presumiblemente serviría de defensa de la población, escasa, que existía en ese momento, contra los ataques de Leovigildo. En 1171 Jucef Abu Jacub, rey de Sevilla, mandó construir el puente de barcas amarrando las gruesas cadenas a los muros del castillo. Data de 1178 las primeras noticias sobre el Castillo, cuando el infante Don Sancho, hizo una acometida contra los moros de Sevilla, atacando el castillo de Triana.
 
Formalizado el cerco a Sevilla por el rey San Fernando en 1247 se sucedieron los ataques al castillo aún ocupado por los moros, pasando a poder cristiano en 1248. Nos alcaides dado el enorme peso que la posesión del castillo ofrecía para mantenerse estable en el gobierno de Sevilla. En el siglo XV los años y el estado civil de la monarquía acusaban ya de inútiles las fortalezas como el castillo de Triana, se abandonó su cuidado, continuando habitando en él distintas familias, que mantenían el culto a la iglesia de San Jorge, abandonándole posteriormente cuando en 1481 se estableciera

La Inquisición. Esta se estableció allí hasta 1626, en el que muy deteriorado la muralla del castillo, por las fuertes arriadas hubo de abandonarlo. En 1627 fue concedido al conde Duque de Olivares para cuidar de su reparo y evitase el fraude de mercaderías que se realizaban en su puerta. Hasta 1639, en el que reparadas las ruinas, volvió a ocuparlo la Inquisición hasta su traslado definitivo en 1785, debido a lo insostenible de su estado dada su antigüedad y afectación ante las continuas inundaciones. Las sucesivas ocupaciones de la Inquisición dieron lugar a diversas inscripciones que databan sus permanencias. Tras ella se legó el castillo a la ciudad con tributo perpetuo por parte de la Real Hacienda, para que abriendo una calle desde el Altozano a la de Castilla, se construyeran casas a uno y otro lado, a cuyo efecto se derribaron sus habitaciones, dejando en alberca el anchuroso solar que aún permanece.

En el siglo XVIII se acometieron diferentes obras debido a las inundaciones, construyéndose un reducto elevado con barandal de hierro, arrimado al muro interior del castillo, lo único conservado de la fortaleza, desde cuya puerta se da paso al puente en las inundaciones, por medio de una compuerta levadiza que a él le une. Se derribó para esto el muro exterior del mismo castillo, con cuyos escombros se levantó el terreno, formando un plano inclinado hasta la compuerta ordinaria del puente. Todo se concluyó en 1786.
 
En 1795 con la venida de los Reyes Católicos se mandó concluir un palenque para ventas que se había empezado ya en la espartería contra el muro del castillo, como se verificó comisionando para estas obras al marqués de Ribas, por cuyo medio quedó cubierto el murallón, ocupando toda su longitud.