Las primeras descripciones datan del siglo XV en el
que constituía un edificio que se hallaba rodeado por un foso con torres
fuertes a ciertas distancias para su mayor defensa. Una de éstas se descubre
todavía a nivel del agua en el sitio conocido como la Enramadilla, cerca de la
llamada alcantarilla de los Ciegos, y también se observan reliquias de otra en
un argamasón, en la calle de este nombre, que correspondía ala sector llamado
de Camaroneros. Estos dos puntos eran los extremos del gran foso, que corría la
extensión de lo que se conocería como la Cava, entrando por el Guadalquivir en
sus mareas altas, como recoge Morgado.
Para facilitar la comunicación había en las
principales avenidas portezuelas o alcantarillas, tales como la ya citada de los
Ciegos, y otra destruida en la zona de San Jacinto, que flanqueaba el paso a
las gentes del castillo de Aznalfarache.
El Castillo de Triana puede deber sus orígenes al
tiempo de los godos en el que presumiblemente serviría de defensa de la
población, escasa, que existía en ese momento, contra los ataques de
Leovigildo. En 1171 Jucef Abu Jacub, rey de Sevilla, mandó construir el puente
de barcas amarrando las gruesas cadenas a los muros del castillo. Data de 1178
las primeras noticias sobre el Castillo, cuando el infante Don Sancho, hizo una
acometida contra los moros de Sevilla, atacando el castillo de Triana.
Formalizado el cerco a Sevilla por el rey San
Fernando en 1247 se sucedieron los ataques al castillo aún ocupado por los
moros, pasando a poder cristiano en 1248. Nos alcaides dado el enorme peso que
la posesión del castillo ofrecía para mantenerse estable en el gobierno de
Sevilla. En el siglo XV los años y el estado civil de la monarquía acusaban ya
de inútiles las fortalezas como el castillo de Triana, se abandonó su cuidado,
continuando habitando en él distintas familias, que mantenían el culto a la
iglesia de San Jorge, abandonándole posteriormente cuando en 1481 se
estableciera
La Inquisición. Esta se estableció allí hasta 1626,
en el que muy deteriorado la muralla del castillo, por las fuertes arriadas
hubo de abandonarlo. En 1627 fue concedido al conde Duque de Olivares para
cuidar de su reparo y evitase el fraude de mercaderías que se realizaban en su
puerta. Hasta 1639, en el que reparadas las ruinas, volvió a ocuparlo la
Inquisición hasta su traslado definitivo en 1785, debido a lo insostenible de
su estado dada su antigüedad y afectación ante las continuas inundaciones. Las
sucesivas ocupaciones de la Inquisición dieron lugar a diversas inscripciones
que databan sus permanencias. Tras ella se legó el castillo a la ciudad con
tributo perpetuo por parte de la Real Hacienda, para que abriendo una calle
desde el Altozano a la de Castilla, se construyeran casas a uno y otro lado, a
cuyo efecto se derribaron sus habitaciones, dejando en alberca el anchuroso
solar que aún permanece.
En el siglo XVIII se acometieron diferentes obras
debido a las inundaciones, construyéndose un reducto elevado con barandal de
hierro, arrimado al muro interior del castillo, lo único conservado de la
fortaleza, desde cuya puerta se da paso al puente en las inundaciones, por
medio de una compuerta levadiza que a él le une. Se derribó para esto el muro
exterior del mismo castillo, con cuyos escombros se levantó el terreno,
formando un plano inclinado hasta la compuerta ordinaria del puente. Todo se
concluyó en 1786.
En 1795 con la venida de los Reyes Católicos se mandó
concluir un palenque para ventas que se había empezado ya en la espartería
contra el muro del castillo, como se verificó comisionando para estas obras al
marqués de Ribas, por cuyo medio quedó cubierto el murallón, ocupando toda su
longitud.